Caimán acosado

Para las personas que todavía seguimos incluyendo en el bagaje de

nuestros idearios y actitudes ante la vida valores como la solidaridad,

la justicia social y el igualitarismo, viajar a Cuba -aunque sea de

vacaciones- produce unos sentimientos muy especiales. Máxime

cuando se es isleño, pues, como comentamos en una animada charla

con Pablo Milanés en su casa de La Habana, la isla marca, y en El

Caribe o en el Atlántico uno termina amando esos peñascos y tiene

enormes dificultades para vivir en un continente.

Cuba atraviesa hoy por uno de los momentos más difíciles desde

la instauración de la Revolución en 1959. La caída del Este, con el que

realizaba el 70% de sus relaciones económicas, ha supuesto un golpe

terrible para la isla caribeña, y eso se nota en las carencias enormes de

abastecimiento, que alcanzan a casi todos los productos.

Las consecuencias del brutal bloqueo económico por el que la isla

es sometida desde la llegada de los barbudos al poder, junto a la

descrita dependencia del antiguo bloque soviético y los propios errores

de los gestores económicos del país, sitúan a esta pequeña nación

latinoamericana ante una encrucijada de difícil salida.

Estando allí, las simpatías ante un intento de construcción de una

sociedad más igualitaria, más soberana y justa, no nos ocultan los

problemas del exceso de burocracia, la escasez de debate, el carácter

panfletario y adulador de la prensa, la contradicción que genera el

modo de vida y los privilegios del turista, los obstáculos para introducir

los necesarios cambios en lo económico, político e ideológico y, en

definitiva, las sombrías perspectivas que se ciernen sobre un pueblo

acostumbrado a resistir, pero cuyo aguante tiene también un límite.

Pese a la crítica situación, la educación y la sanidad mantienen

niveles inimaginables en la mayoría de los países de América Latina,

cuando un crac similar en cualquier otro país hubiese derivado en un

recorte en estos sectores y en una desprotección total de las capas más

débiles de la sociedad, especialmente los niños y niñas, carne de cañón

en muchas de las democráticas naciones del continente americano, en

las que mueren de hambre o tiroteados en cualquier esquina.

El futuro de Cuba, de este pequeño caimán acosado, es hoy una

incógnita rodeada, en casi todos los discursos, de los más

desesperanzadores presagios. Su caída, esperada desde la cercana

Miami y no menos ansiada desde Washington, no sería un hecho

trivial. Para América Latina supondría un grave retroceso, una muestra

de que es imposible emprender aventuras que molesten al coloso del

Norte y la confirmación, en definitiva, de que no hay lugar para la

utopía.

(Un pequeño articulado publicado en 1992 en la revista Disenso; y no resulta tan viejo)

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