Tsunami antidemocrático

En la actual y prolongada crisis está en juego la economía, la pervivencia de la soberanía de los estados y el propio mantenimiento de la idea de una Europa unida y de la moneda única. Para unos se trata de una cuestión de números y balances, de ajustes y mercados, de déficit y primas; de rescates o, como dice el PP, de «apoyo financiero».

Para otros, entre los que me encuentro, la preocupación va mucho más allá y se centra, de manera especial, en el dolor que padecen millones de personas: desempleadas, empobrecidas, desahuciadas de sus viviendas, desmoralizadas y sin perspectivas de futuro. Con enormes dificultades para saber cómo explicarles a sus hijos que todo se ha derrumbado, que no tienen nada que ofrecerles, a veces ni siquiera los mínimos en alimentación o vestido.

La situación creada, de la que son principales responsables las instituciones financieras y los gobiernos y organismos internacionales incapaces de controlar sus desmanes, a lo que en España se suma la explosión de la artificial burbuja inmobiliaria. está funcionando como un tsunami que no solo destruye empresas y genera miles de parados todos los días, sino que está afectando a los cimientos del propio sistema democrático.

La política y los partidos han caído en picado en valoración ciudadana. Ayudado por distintos escándalos en diferentes comunidades autónomas que han afectado a ayuntamientos y gobiernos, muchas veces vinculados a impresentables negocios urbanísticos, a pelotazos y financiación partidaria o a puro enriquecimiento personal. Y aunque los golfos sean minoritarios, su actitud desvergonzada se extiende como una mancha de aceite que hace olvidar a los que hacen un digno trabajo en las instituciones, a los que velan, de verdad, por el interés general.

El aplauso que ha recibido entre mucha gente la demagógica propuesta de Esperanza Aguirre de disminuir a la mitad el número de diputados constituye una muestra de lo que les digo. Se empieza por ahí y se continuará, en una deriva antidemocrática muy peligrosa, cuestionando la propia existencia de los parlamentos autonómicos y de los parlamentos en general. Con un jefe/caudillo basta. Menos costos y menos debate político. Y autoridad, mucha autoridad.

Confianza

Es inquietante la escasa confianza ciudadana en quien nos gobierna, Rajoy y el PP, transcurridos apenas seis meses de su victoria por contundente mayoría absoluta, responsables de medidas que nos empobrecen y nos recortan derechos y libertades, del incremento del sufrimiento impuesto a una parte significativa de la población.

Al tiempo que tampoco suscita el menor entusiasmo quien ejerce de mayoritaria oposición, Rubalcaba (que genera aún menos confianza que Rajoy, tiene mérito) y el PSOE, lastrados por su pasado gubernamental reciente y producto de un congreso partidario que no resolvió los profundos problemas de la socialdemocracia española, ni en renovación de ideas ni en liderazgo creíble.

La monarquía, restaurada como singular mandato del franquismo, se ha puesto ella solita la soga en el cuello, con los escándalos de los negocios de Urdangarín, las múltiples y variadas cacerías del Rey y las dudas sobre la conveniencia o no de su abdicación.

Otro tanto sucede en la Justicia, con casos tan dispares como los de Garzón y Divar, con distinto tratamiento y diferente resolución, que disminuyen la confianza en uno de los pilares del Estado de Derecho y que confirman a la ciudadanía que lejos de actuar a ciegas ve, y muy bien, por su ojo derecho. La reciente sentencia del Supremo sobre las prospecciones petrolíferas, profundamente desequilibrada, que minimiza los riesgos para el medioambiente y el turismo,  y maximiza, al margen de la realidad y de la legalidad, los beneficios para España, cuando son fundamentalmente para una empresa privada multinacional, confirman esa visión parcial, esa tortura.

La irresponsabilidad conservadora ha situado como eje del mal a los servicios públicos. Pese a que se ha confirmado de forma rotunda que el problema es la deuda privada (que triplica ampliamente a la pública) y el sistema financiero, como confirma el rescate (de nada menos que 100.000 millones de euros) que se ha producido el pasado sábado.

Su discurso tratando de cuestionar la eficacia de los servicios públicos, de demonizar  a sus trabajadores, de acentuar hasta la caricatura sus defectos y negar sus incuestionables virtudes, su importancia en el bienestar de la mayoría, ha contado con la complicidad de muchos medios de comunicación y significativos voceros. Falseando por completo la realidad, han tratado de responsabilizar a lo público de una crisis que en modo alguno ha generado. Y, con la excusa de la crisis, han impulsado una verdadera contrarreforma que intenta convertir en irrelevante a la Educación, la Sanidad o los Servicios Sociales, perjudicando a los sectores más vulnerables de la sociedad.

Europa

Europeistas entusiastas hasta hace bien poco -fuimos de los pocos países en aprobar en referéndum, con amplio apoyo, el frustrado proyecto de Constitución Europea-, el euroescepticismo crece al percibir que desde Europa, y especialmente desde Alemania, se toman medidas que recortan nuestra soberanía y nos someten a curas de adelgazamiento en las que perdemos nuestro derecho a la Sanidad pública y universal o a una Educación que no discrimine por el nivel de renta.

Instalados hace tiempo ante el altar de sacrificio, mucha gente percibe que el esfuerzo que se les exige no conduce a ninguna parte. Que cada vez son más pobres. Que se difuminan las posibilidades de conseguir un empleo y de recuperar parte, aunque sea solo parte, del bienestar perdido. Que los discursos sobre una próxima salida de la crisis no amortiguan las miserias cotidianas y son cada día menos creíbles.

Y en ese terreno abonado de descrédito de las instituciones democráticas, de natural desesperación ante unas circunstancias que se ensombrecen jornada a jornada, algunos ven las condiciones objetivas para una transformación positiva hacia mayores niveles de transparencia, participación y gobierno efectivo de los ciudadanos. Yo, menos optimista, me encantaría equivocarme, temo que el actual caldo sea lugar propicio para la gestación de caudillismos y el surgimiento de propuestas autoritarias.

Política

Y para evitarlo, para impedir que la democracia intencionadamente desprestigiada se derrumbe por completo y dé pasos hacia la asunción de propuestas totalitarias de las que España y Europa tienen terribles recuerdos no tan lejanos, se hace imprescindible la política.

Sí, resulta imprescindible poner en valor a la hoy denostada política, los liderazgos democráticos, los programas transformadores, la gestión transparente y eficaz, y, sobre todo, la urgente toma de gubernamentales decisiones que beneficien a las personas, a la mayoría social, y no a opacas minorías eclesiásticas, bancarias o bursátiles.

Por ejemplo, y coincidiendo parcialmente con Paul Krugman, adoptando de inmediato algunas medidas que alivien la dramática situación de la gente: subvencionando los alimentos básicos y controlando sus precios, reduciendo al menos un 30% lo que se paga por las hipotecas (en consonancia con la devaluación que se ha producido en el precio de las viviendas), incrementando en los presupuestos de las instituciones las partidas sociales y estimulando la inversión pública en infraestructuras.

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Dos canciones para la libertad. Juliette Grecó interpreta ‘Le temps des cerises’ y ‘Mon fils, chante’. Al piano, su marido Gerard Jouannest.

http://www.youtube.com/watch?v=e8GDSJ2jlS0

Un comentario en “Tsunami antidemocrático

  1. tokafondo

    Vamos, una situación en la que sólo la mentalidad del pueblo de un país determinaría el futuro de la misma.

    Si esto fuera la Francia aquélla, tendríamos una mujer con un pecho fuera liderando una revuelta popular que defenestrara a los gobernantes y devolviera la soberanía al pueblo.

    Pero me temo que esto se parece más a cualquier país africano de durante la expansión colonialista europea, donde después de que los conquistadores montaran la infraestructura necesaria, ahora quieren sacar provecho de la inversión a costa de la riqueza del país en cuestión, y donde los nativos no pueden hacer nada, puesto que sus gobernantes están secuestrados por los que gobiernan desde la metrópoli.

    No hay sino que recordar que en la práctica, la India fue provincia del Imperio Británico durante mucho tiempo.

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