Baño de microbios

Hace unos tres años, los medios de comunicación nos atemorizaron con la proliferación de noticias, a cual más alarmante, en torno a la pandemia de la gripe A. La información sobre el progresivo incremento de afectados y el creciente número de fallecimientos, casi siempre con la presuntamente tranquilizadora coletilla de “personas que ya padecían patologías previas”, extendieron el miedo entre la población.

Y, asimismo, aumentaron la venta cuasi clandestina de tamiflu, para satisfacción de Donald Rumsfeld, ex secretario de Defensa de Bush y padre de las guerras de Afganistán e Irak, directivo de Gilead Sciences Inc., empresa inicialmente propietaria de la patente del medicamento, cuya eficacia está más que cuestionada; y, por cierto, miembro del club, grupo o foro Bilderberg, que se reúne estos días en Chantilla (Virginia, Estados Unidos), con la participacion de la vicepresidenta Soraya, la que decía que la prima de riesgo a menos de 400 «se llama Rodríguez Zapatero» y que hoy, sin la menor autocrítica, afirma que las dificultades de España «son un problema del sistema financiero».

Con el tamiflu pasó igual que en la postguerra española, cuando el contrabando de penicilina enriqueció a más de uno. Eso sí, ahora el negocio de la venta de fármacos se lleva a cabo, también, a través de Internet, que la modernidad llegó con intención de quedarse.

Aquellos días de la gripe A, comprobé en distintos lugares las miradas desaprobatorias que recibían las personas que estornudaban en espacios colectivos (guaguas, bancos, edificios públicos…), víctimas probablemente de un simple resfriado o de alguna de las abundantes alergias, convertidas en sospechosas de ser maléficas propagadoras del virus. Y hasta obsevé en el aeropuerto de Los Rodeos una siniestra cola de gente joven con mascarillas a punto de embarcar en un avión.

Esta gripe, inicialmente porcina (del cochino, chancho, cerdo, gorrino, puerco y similares), luego AH1N1 o, más simplificadamente, gripe A, obligó a la actuación coordinada de las administraciones sanitarias central y autonómica, a la aprobación de protocolos de actuación en los centros escolares y a que se multiplicará el uso del jabón y de los pañuelos, cuyos afortunados fabricantes se salvaron de la crisis que ya se había instalado entre nosotros.

Aunque no acabó con esa fea costumbre de escupir en la calle; lo constato todos los días en mi ciudad, con los varones como casi exclusivos protagonistas. En mi niñez y hasta mitad de los años setenta, las guaguas aún colgaban carteles prohibiéndolo explícitamente, junto al fumar o hablar con el conductor. Habrá que seguir insistiendo.

Celtiberia Show

Claro que también Luis Carandell, en su magnífico libro ‘Celtiberia Show’, nos mostró algún singular letrero de la España de finales de los sesenta, como aquel que rezaba, espero que no me traicione la memoria, «SE PROIBE MEHAR EN EL ASCENSOR’’, que las haches son por naturaleza muy caprichosas; y las ganas de orinar, por lo que parece, también.

Algo hemos avanzado desde entonces, pero mucho me temo que no lo suficiente. En limpieza y en urbanidad, aunque se empeñen en desmentirlo el aspecto que presentan muchas de nuestras calles por los excesos del club de enemigos de las papeleras y por las deposiciones caninas; y no sé si en ortografía.

Por cierto, ya apenas nos acordamos del pánico que suscitó la gripe aviaria, inicialmente del pollo, que se presentó como la pandemia del siglo y del milenio. Recuerdo que cada vez que observaba a un ave sentía que me saltaban todas las alarmas, mucho más que tras ver ‘Los pájaros’, la famosa película de Alfred Hitchcock. Millones de aves murieron o fueron sacrificadas y el tamiflu apareció como el gran remedio y el suculento negocio. Tras una sobredosis informativa, la influenza aviaria dejó de interesar a los medios de comunicación.

Y en pocos años pasamos de preocuparnos de la gripe del pollo a hacerlo con la del cochino, aunque este animalito tuvo mejor suerte y rápidamente se generalizó la denominación de gripe A.

Peligro, duchas

Por si fuera poco, un estudio realizado en Estados Unidos advierte que las cotidianas y revitalizantes duchas pueden constituir un serio riesgo para nuestra salud. En efecto, investigadores de la Universidad de Colorado, señalan que en un análisis al respecto se verificó que un 30% de los cabezales de ducha albergaban significativos niveles de Mycobacterium avium, bacteria que, por lo que parece, afecta a las personas con problemas en su sistema inmunológico.

Los sesudos investigadores concluyen que al ducharnos corremos el riesgo de respirar una dosis elevada de esos microbios -bichitos, como diría el ínclito Sancho Rof, ministro de Sanidad a principios de los 80, en la época del desastre del ‘síndrome tóxico’, causado por la adulteración de aceite de colza’-, al expandirse fácilmente por el aire. Es decir, que podemos salir de la ducha literalmente enchumbados en bacterias, por fuera y por dentro de nuestro cuerpo.

Son, sin duda, ganas de fastidiar al personal, con una fuente más de preocupación higiénico-sanitaria que añadir a nuestra larga lista de temores en este mundo tan inseguro.

O, tal vez, el objetivo oculto de la encarnada universidad es ofrecer científica coartada a los enemigos de la higiene personal que todavía nos quedan por aquí.

A los guarros sin gripe, que haberlos, haylos.

 

(Texto de la vieja Tiradera, parcialmente actualizado que no rescatado ni, por supuesto, intervenido)

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Sin segundas intenciones, Banda Sonora Original de ‘La Muerte tenía un precio’.

http://www.youtube.com/watch?v=nObLmVsUehQ

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