Me importa una paja

“Ya que no está a su alcance el placer completo, ¿por qué no probar a solas algo de ese deleite? El deseo la quema a llamaradas. “Venga. Nadie me ve.” A probarlo, pues, a cometer el acto prohibido en el propio cuerpo, aquel acto que sabe que es pecado contra Dios y contra la dignidad humana…” (Tihamér Toth: Pureza y hermosura)

Los chicos de mi clase, casi al final del franquismo, teníamos apenas 12 años cuando el profesor de Religión nos dio su inolvidable aviso. “Sé que muchos de ustedes lo hacen”, dijo misterioso, sin nombrar lo que presuntamente hacíamos, pero todos intuimos a  qué se refería. Añadiendo que nos traería graves consecuencias de salud y psicológicas a lo largo de nuestra existencia: «Serán unas personas acomplejadas toda su vida», concluyó.

A un amigo de entonces, de otro centro educativo, su profesor fue mucho más explícito con el grupo: “si se masturban, recuérdenlo siempre, en el futuro serán ustedes responsables de tener hijos con graves malformaciones o graves retrasos mentales”, afirmó apocalípticamente.

Ceguera

No era una excepción, sino la regla. En tiempos que desde la Iglesia Católica se nos advertía que el onanismo llevaba a problemas como la ceguera, la paralización del crecimiento o la destrucción de la médula espinal. Y en los que se recomendaban las duchas de agua fría y, por supuesto, dormir con las manos por encima de la manta, para evitar la tentación de “impuros tocamientos”.

La continua excitación sexual socava el organismo joven, disminuye su fuerza de resistencia, estorba el trabajo de los órganos de la digestión, de respiración, de circulación de la sangre”, asegura el obispo hungaro Tihamér Toth en un libro que integraba la formación de las chicas en los años cincuenta del pasado siglo. Y que relatando la primera masturbación de una chica asegura que el “primer pecado solitario está cometido. La desgraciada muchacha se metió por sí misma en el pantano…. Se corrompió a sí misma”.

Nunca les  perdonaré el miedo que nos metieron ni su extrema crueldad y ruindad. Y la visión negativa que trataron de inculcarnos de la sexualidad, vinculada siempre a desastres morales, a devastadoras enfermedades, a la destrucción física y psicológica de las personas.

Ha pasado mucho desde entonces. Pero el discurso de la cúpula de la Iglesia Católica sobre la sexualidad no ha cambiado mucho. Siguen considerando al sexo vinculado exclusivamente a la procreación. Siguen irresponsablemente condenando los métodos anticonceptivos. Siguen marginando a homosexuales y lesbianas.

Opus Dei

Un discurso que recientemente, y respecto a la masturbación, hemos visto reflejado en uno de los diarios de la derecha española que, en colaboración con la opusdeística Universidad de Navarra, ha organizado una particular cruzada contra el solitario placer.

El ABC alienta a los adolescentes a “no tocarse” como una muestra “de madurez y valentía”. Y aporta algunos consejos para evitarlo, desde la protección contra el erotismo que nos invade a practicar deporte o tener un grupo sano de amigos.

Es, con pocos matices, el mismo discurso de siempre. El discurso de los que les molesta el placer sexual e intentan expandir su represiva doctrina al resto de la humanidad, agarrándose a proclamas morales o a contaminados discursos pseudocientíficos. No sólo nos joden quitándonos el trabajo, reduciéndonos  los salarios o recortándonos los derechos y prestaciones de los servicios públicos. También, insaciables, quieren impedir que disfrutemos con nuestro cuerpo o compartiendo la cama con otros. 

Sé que no es lo mismo “hacer buenas pajas” que “no pesar una paja” o, en fin, que hacerse o correrse una ídem. Y aprovechando la variedad de acepciones, lo del periódico ABC y lo de tantas religiones en torno a la sexualidad humana a mí, sin duda, me importa una paja.

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Joan Manuel Serrat: Romance de Curro «el Palmo»

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3 comentarios en “Me importa una paja

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